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jueves, 13 de julio de 2017

El comité Nobel destacó que ambos profesores han desarrollado "valiosas herramientas teóricas" para "entender los contratos en la vida real", así como los posibles problemas en su diseño.

Los medios comunican que « el británico Oliver Hart y el finlandés Bengt Holmström son los ganadores del Nobel de Economía 2016 por "sus contribuciones a la teoría del contrato", informó la Academia Real de las Ciencias Sueca. El comité Nobel destacó que ambos profesores han desarrollado "valiosas herramientas teóricas" para "entender los contratos en la vida real", así como los posibles problemas en su diseño.
(Alejandro Teitelbaum) Mundo - En concreto, argumenta el fallo del jurado, los galardonados han establecido un "marco comprensivo para analizar muchas cuestiones diversas en el diseño de contratos" para lograr que ambas partes cooperen en beneficio mutuo y no se generen "conflictos de intereses". Hart y Holmström han estudiado cuestiones como las retribuciones por rendimiento y objetivos a los ejecutivos, las deducciones y copagos en los seguros y la privatización de actividades propias del sector público (gestión de prisiones y escuelas) ».
Dicho de otra manera Hart y Holmström han sido premiados por su contribución a fortalecer la seguridad jurídica contractual de los dueños del gran capital.
En realidad el premio Nóbel de economía no es tal. El Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, que es su verdadero nombre, pero que se conoce como Premio Nóbel de Economía, fue instituido en 1968 por el Banco de Suecia, el más antiguo de los bancos centrales, para celebrar el tricentésimo aniversario de su fundación.
Por un acuerdo del Banco con la Real Academia de Ciencias de Suecia, el premio lo otorga anualmente esta última, al mismo tiempo que los verdaderos premios Nóbel, con fondos proporcionados por el Banco. No con fondos de la Fundación Nóbel. El premio se otorga casi invariablemente a economistas neoliberales y/o a quienes se han destacado en estudios que interesan al poder económico.
Por ejemplo por qué la gente compra una cosa y no otra (la decisión en condiciones de incertidumbre o teoría de la elección). Es decir estudios utilizados en las operaciones de mercadotecnia para fomentar el consumismo. Son una actualización de las orientaciones subjetivistas en economía (utilidad marginal) con un agregado “neurobiológico” (neuroeconomía y neuromercadotecnia). Así es como en 2002 se le otorgó el premio “Nóbel” de economía al psicólogo Daniel Kahneman por sus trabajos sobre la “teoría de las perspectivas”, base de la “finanza comportamental” y por sus trabajos sobre la “economía de la felicidad”.
La “teoría de la elección” la desnudó muy bien “avant la lettre” el poeta afronorteamericano Langston Hugues (1902-1967) en su poema Anuncio del Waldorf Astoria, en el que les dice a los hambrientos que duermen en la calle por qué no van a comer al Waldorf Astoria, donde pueden elegir entre variados y exquisitos menús y después quedarse a dormir en una de sus magníficas habitaciones.
Ocho adherentes de la ultraliberal Sociedad del Mont-Pèlerin han recibido el Premio “Nóbel” de Economía (una manera, entre otras, de prestigiar al pensamiento pro-sistema): Friedrich Hayek, Maurice Allais, Milton Friedman, George Stigler, James M. Buchanan, Gary Becker y Ronald Coase. Muchos de ellos sostienen que todo lo relacionado con la vida humana y con las actividades humanas: el trabajo, la salud, la educación, la cultura, la investigación científica, la creación artística, el derecho, las relaciones familiares, etc., está determinado por el cálculo económico costo-beneficio (cálculo de rentabilidad). Una figura eminente de la teoría del costo-beneficio aplicable a todas las actividades humanas (incluidos el matrimonio, la fertilidad, la educación y la formación) es Gary Becker, miembro de la Sociedad Mont– Pèlerin y premio “Nóbel” de economía en 1992.
El rasgo común de estos economistas “nobelizados” es que nunca aciertan en sus previsiones. Ni cuando pronostican el fin de las crisis (jamás aciertan a preverlas) ni cuando nos prometen “un mundo feliz” con el capitalismo mundializado.
Un caso ejemplar (pero no único) de los desaciertos de los economistas nobelizados es el de Robert Merton y Myron Scholes, que recibieron el premio “Nóbel” de economía en 1997. Scholes fue el creador, junto con Black, de un método matemático “infalible” para prevenir los riesgos financieros. Merton y Scholes eran asesores de Long-Term Capital Management (LTCM) un gestor de hedge funds de primera línea. Pero el método Scholes-Black no impidió que LTMC quebrara en 1998 y fuera salvado en última instancia por un aporte de 3500 millones de dólares proveniente de 14 grandes bancos.
Una mención aparte merecen los ultramediatizados Joseph Stglitz y Paul Krugman. Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial y Paul Krugman (formador de opinión que difunde sus ideas desde el año 2000 en su columna bisemanal del “New York Times”), pueden ser calificados como neokeynesianos. Tienen en común que critican algunos efectos y, a veces, aspectos del sistema vigente pero se abstienen de criticar al sistema mismo.
Stiglitz, muy solicitado en tribunas académicas y políticas y celebrado por los “progresistas” de todo el mundo, recibió en 2001, junto con Akerlof y Spence, el Premio “Nóbel” de Economía por su contribución a la teoría de la asimetría de la información, que sostiene que las fallas del mercado capitalista no se deben a la inexistencia de una competencia “pura y perfecta” (“la mano invisible del mercado”) sino que es el resultado de una información asimétrica e imperfecta que, dice, podría “tener profundos efectos en la forma en la que se comporta la economía”.[1]
En la misma línea de pensamiento, Stiglitz también formuló con Shapiro la teoría del salario de eficiencia y explica la existencia del desempleo por las deficiencias en la estructura informativa del empleo (http://links.jstor.org/sici?sici=0002-828).
Entre otras cosas, Stiglitz sostiene que la productividad está principalmente determinada por el nivel del salario del trabajador (el empleador tiende a pagar un salario más elevado a fin de incentivar al trabajador a ser más productivo: salario de eficiencia). Si bien es cierto que un salario más elevado motiva al trabajador no hay que ser muy experto para saber que no es el salario el que determina la productividad sino a la inversa: la productividad (bienes o servicios producidos por hora trabajada) es uno de los determinantes del nivel del salario: por eso un ingeniero que produce más valor por hora trabajada que un trabajador manual sin calificación gana más que este último.
Una prueba de la ineficacia de las teorías y de los métodos de Stiglitz para analizar la economía real es un informe que elaboró en 2002, encomendado por los grupos financieros Fannie Mae y Freddie Mac, donde afirmó que la actividad de dichos grupos, que garantizaban los préstamos hipotecarios concedidos por los Bancos a clientes poco solventes, no implicaban prácticamente ningún riesgo para el sistema bancario. Según Stiglitz el riesgo era del orden de entre uno sobre medio millón y uno sobre tres millones.[2]
Contra las “previsiones” de Stiglitz, basadas en modelos matemáticos,[3] las políticas de Fannie Mae y Freddie Mac contribuyeron en buena medida a desencadenar la crisis financiera que dura hasta hoy.
Joseph Stiglitz en un artículo que publicó el diario Clarín de Buenos Aires el 21 de junio de 2015 (Por una ley para la deuda soberana), escribe:
“Los países a veces tienen que reestructurar sus deudas. De lo contrario, la estabilidad económica y política de un país puede verse amenazada. Pero, en ausencia de un régimen regulatorio internacional para resolver los defaults soberanos, el mundo paga un precio más alto del que debería para tales reestructuraciones”. Y después sigue con otras consideraciones que el lector honestamente preocupado por los problemas socioeconómicos actuales (pero un poco desprevenido) no puede menos que suscribir.
Pero Stiglitz elude lo más importante: antes de renegociar o reestructurar una deuda hay que proceder a auditarla para establecer qué parte es legítima y que parte no. Por ejemplo si no se ha incrementado con intereses usuarios, con intereses sobre los intereses (anatocismo) y si su mismo origen no es el resultado de operaciones fraudulentas (deudas simuladas, contraídas por particulares que después asume el Estado) o contraídas por gobiernos autoritarios o dictatoriales para gastos improductivos y/o suntuarios o que va a parar total o parcialmente a las cuentas particulares en paraísos fiscales de los funcionarios de turno, etc. Esto es, elude la cuestión esencial: el mecanismo perverso del capital financiero dominante que hace de la deuda un círculo vicioso que no cesa nunca y que permite a ese capital absorber de manera improductiva, parasitaria y permanente una buena parte del producto del trabajo de los pueblos de todo el mundo. Esta sería una de las formas de “acumulación por desposesión” de que habla David Harvey. Mediante las políticas de austeridad, para las cuales no hay alternativa según las elites políticas, los funcionarios y los economistas al servicio de las clases dominantes.[4]
Un ejemplo más reciente. En 2015 se le otorgó el premio Nóbel de Economía a Angus Deaton. Las ideas de Deaton están en la misma línea de Milton Friedman, el ideólogo de los “Chicago Boys” en materia de análisis del consumo y el bienestar. Según Deaton el aumento del ingreso de los más pobres –sobre todo en los países pobres– no mejora necesariamente su bienestar y los países ricos no deben ayudar a los países pobres porque tal ayuda crea más problemas que los que resuelve.
Afirma, contra toda evidencia, que el mundo es ahora más igualitario que nunca antes.

John Kenneth Galbraith, que nunca fue “distinguido” con el así llamado premio Nóbel de Economía, en un texto publicado en castellano en Crítica de la ciencia económica, (Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1972) con el título La economía como un sistema de creencias (original en inglés publicado en 1970 en la American Economic Review con el título Economics as a System of Belief comenzaba escribiendo: “Un cargo reiterativo y no exento de razón que desde hace un siglo se le hace a la economía ha sido su empleo, no como ciencia, sino como fe protectora”. Y más explícitamente se refería en su libro “Un viaje por la economía de nuestro tiempo” a “la tendencia de la economía y de otras ciencias sociales, a adaptarse a las necesidades y a la mentalidad de los miembros ricos de la comunidad…”.
Una vez más se confirma la frase de Galbraith, (asesor de Roosevelt en la política del New Deal) referida a esta clase de economistas “en lo que se refiere a la ayuda a los pobres...se afirma que proporcionarles un ingreso o una ayuda de cualquier tipo, dará por resultado estropear su comportamiento, su sentido de la iniciativa y del esfuerzo...Así como los ricos tienen necesidad del estímulo de más dinero, los pobres tienen necesidad del estímulo de menos dinero ». (John Kenne

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