La nueva frontera del capitalismo
1. La entrada a la era del acceso
El papel de la propiedad está cambiando radicalmente. Las consecuencias para la sociedad
son enormes y de gran alcance. La propiedad y los mercados eran prácticamente sinónimos durante
toda la edad moderna. De hecho la economía capitalista se fundó precisamente sobre la idea del
intercambio de propiedad en el mercado. La palabra mercado apareció por vez primera en la lengua
inglesa durante el siglo XII y hacía referencia al espacio físico establecido de manera precisa para
que vendedores y compradores intercambiaran bienes y ganado.
A finales del siglo XVIII el término
ya se había desligado de cualquier tipo de referencia física y se utilizaba para describir el proceso
abstracto de comprar y vender cosas.(1) Es tan enorme la parte del mundo que conocemos que
está vinculada al proceso de vender y comprar cosas en el mercado que no podemos imaginar ninguna
otra manera de estructurar los asuntos humanos.
El mercado es una fuerza omnipresente en
nuestras vidas.
Todos estamos profundamente afectados por sus caprichos y vaivenes. Su bonanza
se transforma en nuestro bienestar. Si los mercados marchan bien, estamos de buen ánimo. Si se
debilitan, nos desesperamos. El mercado es nuestro guía y consejero y a veces es la ruina de nuestra
existencia.
Algunos de nuestros primeros tropiezos es muy probable que se hayan producido en el
mercado. Qué jovencito no se ha acercado llevado por la curiosidad al escaparate de una tienda y
preguntado con timidez:
«¿Cuánto vale eso?».
Desde muy pronto aprendemos que prácticamente
todo tiene un precio y que todo se vende. Cuando nos hacemos mayores entramos en el lado oscuro
del mercado con el aviso caveat emptor, «comprador, cuidado».Vivimos según las reglas de la
mano invisible del mercado y continuamente ajustamos nuestras vidas al objetivo de comprar barato
y vender caro.
Aprendemos que adquirir y acumular propiedades es una parte integral de nuestra
vida terrenal y que, al menos en cierta medida, lo que somos es reflejo de lo que poseemos. Las
mismas nociones sobre la forma en que funciona el mundo se sustentan en buena medida en lo que
llegarnos a considerar como el afán primordial de intercambiar bienes con otros y convertirnos en
miembros de la sociedad que poseen propiedades.
Aceptamos el mercado con una devoción inquebrantable. Elogiamos sus bondades y criticamos
a sus detractores.
¿Quién no ha defendido apasionadamente en alguna ocasión las virtudes
de la propiedad y del mercado?
Las ideas referidas a la libertad individual, a los derechos inalienables
y al contrato social son figuraciones de esta indivisible y esencial convención social.
En nuestro tiempo se están empezando a desintegrar los fundamentos de la vida moderna.
Las instituciones que en cierto momento estimularon a los hombres a entrar en conflictos ideológicos,
revoluciones y guerras se ven lentamente enterradas por el despertar de una nueva constelación
de realidades económicas que están contribuyendo a que la sociedad reconsidere los tipos de
vínculos y fronteras que definirán las relaciones humanas en el siglo venidero.
En esta nueva era, los mercados van dejando sitio a las redes y el acceso sustituye cada vez
más a la propiedad. Las empresas y los consumidores comienzan a abandonar la realidad básica de
la vida económica moderna: el intercambio mercantil de la propiedad entre compradores y vendedores.
Esto no significa que la propiedad desaparezca en la venidera era del acceso. Antes al contrario.
La propiedad continúa existiendo pero es bastante menos probable que se intercambie en el
mercado. Los proveedores en la nueva economía se quedan con la propiedad y la ceden en leasing
[alquiler con opción de compra; arrendamiento financiero], la alquilan o cobran una cuota de admisión,
suscripción o derechos de inscripción por su uso a corto plazo.
El intercambio de propiedad
entre comprador y vendedor, el rasgo más importante del sistema moderno de mercado, se convierte en acceso inmediato entre servidores y clientes que operan en una relación tipo red. Los mercados
se mantienen pero tienen un papel cada vez menor en los asuntos humanos.
En la economía-red, en lugar de intercambiar la propiedad, es más probable que las empresas
accedan a la propiedad física y a la intelectual.
Por el contrario, la propiedad del capital físico,
que en su momento fue el núcleo del modo de vida industrial, se convierte cada vez en algo más
marginal con respecto al proceso económico. Es más probable que las compañías lo consideren como
un simple gasto operativo en vez de considerarlo una inversión y, en algunos casos, lo toman
prestado en lugar de apropiárselo. Por otra parte, el capital intelectual es la fuerza motriz de la
nueva era y lo más codiciado. Los conceptos, las ideas, las imagenes —no las cosas— son los auténticos
artículos con valor en la nueva economía.
La riqueza ya no reside en el capital físico sino en la
imaginación y la creatividad humana. Deberíamos señalar que el capital intelectual rara vez se intercambia.
Por el contrario, los proveedores lo retienen rigurosamente y lo arriendan u ofrecen a
otros la licencia de uso por un tiempo delimitado.
Las empresas ya han hecho parte del camino de transición de la propiedad al acceso. Están
vendiendo sus bienes raíces, reduciendo sus inventarios, cediendo sus equipos y subcontratando
sus actividades en una carrera a vida o muerte para desembarazarse de cualquier tipo de propiedad
física. La propiedad de cosas, de cantidades de cosas, se considera como algo obsoleto y que no
tiene lugar en la veloz y efímera economía del nuevo siglo.
En el mundo comercial contemporáneo
se pide en préstamo la mayor parte de todo lo que se necesita para llevar adelante el aspecto físico
de un negocio.
El mercado que se expresaba en las proclamas de compradores y vendedores ahora es un
lugar en el que hablan suministradores y usuarios. En la economía-red las transacciones de mercado
se ven sustituidas por alianzas cstratégíeas, coproducción y acuerdos para compartir los beneficios.
Muchas compañías ya no se venden cosas unas a otras sino que más bien agrupan y comparten
sus recursos colectivos, creando amplias redes de suministradores y usuarios que manejan conjuntamente
las empresas.
No resulta sorprendente que los nuevos modos de organización de la vida económica traigan
consigo maneras diferentes de concentración del poder económico en las manos de muy pocas
corporaciones.
En la era de los mercados, las instituciones que acumulaban el capital físico ejercían
un control cada vez mayor sobre el intercambio de bienes que se producía entre compradores y
vendedores.
En la era de las redes los suministradores que acumulan un valioso capital intelectual
comienzan a ejercer el control sobre las condiciones y los términos en que los usuarios se aseguran
el acceso a las ideas, el conocimiento y las técnicas expertas que resultan decisivas.
El éxito comercial en la economía del acceso depende cada vez menos de los intercambios
individuales de bienes y cada vez más del establecimiento de relaciones comerciales a largo plazo.
Un ejemplo pertinente lo constituye el cambio de relaciones entre los bienes y los servicios que les
acompañan.
Mientras que durante la mayor parte de la era industrial se ponía el énfasis en la venta
de bienes y corno incentivo para la compra se daban garantías de una disposición o uso libre de los
servicios, ahora se invierte la relación entre bienes y servicios. Un número creciente de negocios
malvenden o literalmente regalan sus productos con la esperanza de entrar en una relación de servicio
a largo plazo con esos clientes.
Los consumidores también se están desplazando de la propiedad al acceso. Aunque se seguirán
comprando y vendiendo en el mercado los bienes duraderos y baratos, los artículos más
costosos como los electrodomésticos, los automóviles y las casas quedarán cada vez más en manos
de los suministradores y los consumidores accederán a ellos en forma de arrendamientos a corto
plazo, de alquiler, de asociación u otros acuerdos sobre los servicios.
Es probable que dentro de unos veinticinco años la misma idea de propiedad resulte limitada
e incluso obsoleta para un número creciente de empresas y consumidores. La propiedad resulta
simplemente demasiado lenta como institución para adaptarse a la velocidad casi perversa de la cultura del nanosegundo.
La propiedad se apoya en la idea de que es valioso poseer un activo físico
o una parte de la propiedad durante un período largo de tiempo. «Tener», «retener» y «acumular»
son conceptos muy apreciados. Sin embargo, ahora la velocidad de la innovación tecnológica y el
vertiginoso ritmo de la actividad económica hacen que con frecuencia la ficción de propiedad resulte
problemática. En un mundo de producción individualizada, de continuas mejoras e innovaciones,
e incluso de reducción de los ciclos de vida de los productos, todo se queda anticuado casi de
inmediato.
Cada vez tiene menos sentido tener, retener y acumular en una economía en la que el
mismo cambio es la única constante.
La era del acceso está gobernada por un nuevo conjunto de supuestos para los negocios que
son muy diferentes de los que se utilizaban para conducirse en la era del mercado.
En este nuevo
mundo los mercados dejan lugar a las redes, los vendedores y compradores se sustituyen por proveedores
y usuarios, y prácticamente todos los productos adquieren el rasgo del acceso.
El desplazamiento desde un régimen de propiedad de bienes, que se apoyaba en la idea de
propiedad ampliamente distribuida, hacia un régimen de acceso, que se sustenta en garantizar el
uso limitado y a corto plazo de los bienes controlados por redes de proveedores, cambia de manera
fundamental nuestras nociones sobre cómo se ejercerá el poder económico en los arios venideros.
Debido a que nuestras leyes e instituciones políticas está totalmente impregnadas de las relaciones
de propiedad conectadas con el mercado, el desplazamiento de la propiedad al acceso también
producirá enormes cambios en la forma en que los nos gobernaremos durante el próximo siglo.
Incluso más importante que eso, en un mundo en el que las relaciones personales de propiedad se
han considerado como una extensión del propio ser y «medida del hombre», la reducción de su
importancia en el comercio sugiere un cambio importantísimo en la manera en que las generaciones
futuras percibirán la naturaleza humana. Efectivamente, es muy probable que un mundo estructurado
en torno a las relaciones de acceso produzca un tipo muy diferente de ser humano.
Los cambios que se producen en la estructura de las relaciones económicas son parte de una
transformación incluso mayor que tiene lugar en la naturaleza misma del sistema capitalista.
Estamos
contribuyendo a un movimiento a largo plazo que lleva desde la producción industrial a la
producción cultural.
En el futuro un numero cada vez mayor de parcelas del comercio estarán relacionadas
con la comercialización de una amplia gama de experiencias culturales en vez de con los
bienes y servicios basados en la industria tradicional. El turismo y todo tipo de viajes, los parques y
las ciudades temáticas, los lugares dedicados al ocio dirigido, la moda y la cocina, los juegos y deportes
profesionales, el juego, la música, el cine, la televisión y los mundos virtuales del ciberespacio,
todo tipo de diversión mediada electrónicamente se convierte rápidamente en el centro de un
nuevo cipercapitalismo que comercia con el acceso a las experiencias culturales.
La metamorfosis que se produce al pasar de la producción industrial al capitalismo cultural
viene acompañada de un cambio igualmente significativo que va de la ética del trabajo a la ética del
juego. Mientras que la era industrial se caracterizaba por la mercantilización del trabajo, en la era
del acceso destaca sobre todo la mercantilización del juego, es decir la comercialización de los recursos
culturales incluyendo los ritos, el arte, los festivales, los movimientos sociales, la actividad
espiritual y de solidaridad y el compromiso cívico, todo adopta la forma de pago por el entretenimiento
y la diversión personal. Uno de los elementos que definen la era que se avecina es la batalla
entre las esferas cultural y comercial por conseguir controlar el acceso y el contenido de las actividades
recreativas.
Las compañías multinacionales de medios de comunicación que disponen de redes de comunicación
que se extienden por todo el planeta extraen los recursos culturales locales en cualquier
parte del mundo y los reenvasan como artículos adecuados para comercializar la diversión y el
entretenimiento cultural.
El 20% de la población mundial más acomodada ya casi gasta la misma
parte de sus ingresos en acceder a esas experiencias culturales que en la compra de bienes manufacturados
y servicios básicos. Estamos realizando la transición a lo que los economistas llaman una
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«economía de la experiencia», un mundo en el cual la vida de cada persona se convierte, de hecho,
en un mercado de publicidad. En los círculos de negocios el nuevo término operativo es el «valor
de la esperanza de vida» del cliente, la medida teórica de cuánto vale un ser humano si cada momento
de su vida se transformara en una mercancía de una forma u otra en la esfera comercial.
En
esta nueva era la gente adquiere su misma existencia en forma de pequeños segmentos comerciales.
Entre dos mundos
La producción cultural comienza a eclipsar la producción física en el comercio y el intercambio
mundial. El lugar de los viejos gigantes de la era industrial —Exxon, General Motors, USX
y Sears— está siendo ocupado por los nuevos gigantes del capitalismo cultural —Viacom, Time
Warner, Disney, Sony, Seagram, Microsoft, News Corporation, General Electric, Bertelsrnann A.G.
y PolyGram—. Estas companias mediáticas multinacionales utilizan la nueva revolución digital
que se produce en las comunicaciones para conectar el mundo y en ese proceso tiran de la esfera
cultural de manera inexorable para meterla en la esfera comercial, donde se mercantiliza en forma
de experiencias culturales preparadas para sus clientes, espectáculos comerciales de masas y entretenimiento
u ocio personalizado.
En la era industrial, cuando la producción de bienes constituía la parte principal de la actividad
económica, tener la propiedad era decisivo para alcanzar éxito y sobrevivir. En la nueva era,
en la que la producción cultural se convierte de manera creciente en la forma dominante de la actividad
económica, asegurarse el acceso a la mayor diversidad de recursos y experiencias culturales
que alimentan nuestra existencia psicológica se convierte en algo tan importante como mantener la
propiedad.
Largo ha sido el camino que ha llevado a la transformación de la economía de la vieja a la
nueva era.
El proceso ya comenzó a principios del siglo XX con el desplazamiento del énfasis de los
productores manufacturados a la provisión de servicios básicos. Ahora en la esfera comercial se
está produciendo un cambio de similar importancia que transforma una orientación centrada en los
servicios en otra orientación dirigida por la experiencia. La producción cultural refleja la etapa final
del modo de vida capitalista, cuya misión esencial ha sido siempre la de incorporar cada vez mayor
parte de la actividad humana al terreno del comercio. La progresión que conduce las prioridades
económicas de los bienes manufacturados a la provisión de los servicios básicos, a la comercialización
de las relaciones humanas y finalmente a vender el acceso a las experiencias culturales es un
testimonio de la determinación unilateral de la esfera comercial que acaba por convertir todas las
relaciones en relaciones económicas.
La mercantilización de la cultura humana trae consigo un cambio fundamental en la naturaleza
del empleo. En la era industrial, el trabajo humano estaba vinculado a la producción de bienes
y a la realización de servicios básicos. En la era del acceso, las máquinas inteligentes —en la forma
de software y de welfare— reemplazan de manera creciente el trabajo humano en la agricultura, la
industria y el sector servicios. Las explotaciones agrícolas, las fábricas y muchos de los empleados
de “cuello blanco” de las industrias de servicios se están automatizando rápidamente. Un número
cada vez mayor de trabajos físicos y mentales, desde las tareas repetitivas de bajo nivel hasta trabajos
profesionales de alta complejidad conceptual, serán realizados por máquinas inteligentes en el
siglo XXI.
Los trabajadores más baratos del mundo probablemente no lo serán tanto como la venidera
tecnología on-line que los sustituirá.
En torno a mediados del siglo XXI la esfera comercial dispondrá
de medios técnicos y capacidad organizativa para suministrar bienes y servicios básicos a
una población humana creciente, utilizando para ello solamente una fracción de la fuerza de trabajo
actualmente utilizada.
Quizás hacia 2050, sólo se necesitará una parte tan pequeña como el 5 %
de la población adulta para dirigir y mantener en funcionamiento la esfera industrial tradicional.
Lo normal en casi todos los países será que las explotaciones agrícolas, las fábricas y oficinas funcionen casi sin mano de obra. Se darán nuevas oportunidades de empleo, para la mayoría, pero en
el ámbito comercial del trabajo cultural pagado.
De manera creciente la vida personal se convertirá
en una experiencia por la que se paga, millones de personas tendrán empleo en la esfera comercial
que atienda a los deseos y necesidades culturales.
La marcha capitalista, que comenzó con la mercantilización del espacio y de los materiales,
terminará con la mercantilización del tiempo y la duración de la vida humana.
La venta creciente
de cultura en forma de actividad humana como pago por evento conduce rápidamente a un mundo
en el cual los tipos pecuniarios de relación humana sustituyen a las relaciones sociales tradicionales.
Imaginemos un mundo en el cual prácticamente toda actividad exterior a los límites estrictos de
las relaciones familiares se convierte en una experiencia de pago, un mundo en el cual las obligaciones
y expectativas de reciprocidad —mediadas por sentimientos de confianza, empatía y solidaridad—
se sustituyen por relaciones contractuales de pago en la forma de adscripciones, suscripciones,
tasas de admisión, cuotas y contratos.
Pensemos por un momento cuántas de nuestras interacciones cotidianas con otros seres
humanos cercanos ya están unidas a relaciones estrictamente comerciales. De manera creciente
compramos el tiempo de otros, su afecto y cuidado, su simpatía y atención. Compramos la diversión
y la información culta, la elegancia y el aspecto, y en medio otras muchas cosas —incluso el
mismo discurrir del tiempo ya es una forma de control y fichaje—. La vida resulta cada vez mas
mercantilizada y desaparecen las diferencias entre comunicación, comunión y comercio.
Recordemos que incluso en una economía de mercado completamente madura, las relaciones
comerciales solamente son actos periódicos. Los compradores y los vendedores se encuentran
durante un breve lapso de tiempo para negociar la transferencia de bienes y servicios, y después
cada uno se marcha por su lado.
El resto de su tiempo queda libre de las consideraciones mercantiles
y del comercio. El tiempo cultural tiempo no mercantilizado— todavía existe.
Sin embargo, en la
economía hipercapitalista impregnada en las relaciones de acceso, prácticamente todo nuestro
tiempo se mercantiliza. Por ejemplo, cuando un cliente compra un coche, la relación en tiempo real
con el comerciante dura poco.
Si un cliente formaliza el acceso al mismo vehículo en la forma de
leasing, su relación con quien se lo suministra es continua y no se interrumpe durante todo el período
del contrato. Los distribuidores afirman preferir «relaciones comercializadas» con sus clientes
porque así les pueden dar una conexión continua que, al menos en teoría, se puede renovar perpetuamente.
Cuando todos están inmersos en redes comerciales de uno u otro tipo y en asociación
continua por medio de arrendamientos, participaciones, suscripciones o cuotas por anticipo, todo el
tiempo se convierte en tiempo comercial. El tiempo cultural se desvanece, dejando a la humanidad
exclusivamente con vínculos comerciales como elemento de apoyo civilizatorio.
Esta es la crisis de
la posmodernidad.
Durante los años ochenta y noventa la moda consistía en la desregulación de las funciones y
servicios ofrecidos por los gobiernos.
En menos de veinte años, el mercado global consiguió con
gran éxito incorporar a la esfera comercial grandes parcelas de lo que primeramente había sido la
esfera pública —incluyendo el transporte público, los servicios públicos y las telecomunicaciones—
.
Ahora la economía ha puesto sus miras en la última esfera de la actividad humana que restaba por
mercantilizar: la cultura. Los rituales culturales, las actividades comunitarias, las reuniones sociales,
el arte, los deportes y los juegos, los movimientos sociales y la actividad cívica, todo resulta
invadido por la esfera comercial. El gran tema para los años venideros es ver si la civilización puede
sobrevivir a una amplia reducción de la esfera estatal y cultural en la cual el ámbito comercial
queda como mediador exclusivo y primordial de la vida humana.
En este libro examinaremos los principales cambios estructurales que conforman las bases
conceptuales y organizativas de la era del acceso.
La sustitución de los mercados por las redes y de
la propiedad por el acceso, la marginación de la propiedad física, el ascenso de la propiedad intelectual,
así como el incremento de la mercantilización de las relaciones humanas, todo está desplazándonos lentamente de otra era en la que el intercambio de la propiedad era la función clave de la
economía e introduciéndonos en un nuevo mundo donde la adquisición de las experiencias de vida
resulta ser una auténtica mercancía.
La transformación del capitalismo desde un capitalismo industrial a otro cultural ya está
amenazando muchos de nuestros supuestos básicos sobre lo que constituye la sociedad humana.
Las viejas instituciones sustentadas en las relaciones de propiedad, en los intercambios mercantiles
y en la acumulación material resultan desplazadas poco a poco, dejando su lugar a una era en la
cual la cultura se convierte en el principal recurso comercial, el tiempo y la atención en las posesiones
más valiosas, y en la cual la vida misma de cada individuo se convierte en el mercado fundamental.
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