La globalización es un proceso de integración de mercados resultado de las reducciones en las barreras al comercio y a la movilidad de capitales entre países, que abarca todos los ámbitos de la vida en un grado cada vez mayor: la política, la economía, y la cultura. Hoy, ha alcanzado unos niveles de expansión económica sin precedentes. Pero, esta expansión no ha beneficiado a todos por igual. En su gran mayoría, la clase dominante ha visto aumentar sus rentas 20 veces más rápido que los otros grupos. En este sentido, el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, ha sido explícito: 'Si no podemos hacer que la globalización sea útil para todos, no funcionará para nadie'.
Así, la internacionalización creciente de la actividad de las empresas, es el primer factor de la globalización económica. El stock mundial de inversiones directas en el extranjero alcanzaba, en el año 2000, el 16% del PIB mundial, frente al 5,3% de 1980. Los países ricos han sido los beneficiados al recibir las tres cuartas partes de dichas inversiones, mientras África subsahariana ha recibido sólo el 0,7%. Las empresas invierten allí donde se encuentran los recursos de mano de obra cualificada, proveedores, e infraestructuras para producir en las mejores condiciones de costes y calidad.
A través de las fusiones y adquisiciones transfonterizas (2,5% del PIB mundial en el año 2000, frente al 0,5% en 1990) las empresas articulan sus estrategias de concentración en el mundo con el fin de obtener economías de escala para producir y comercializar sus productos fuera de sus fronteras. Ello, ha beneficiado sobre todo a las empresas americanas: entre las 500 primeras multinacionales el 44% son americanas, y el 32% son europeas.
El segundo factor, el desarrollo de las finanzas internacionales, ha sido impresionante. A partir de los años 1980 con el desmantelamiento de las principales legislaciones nacionales comienza la liberalización creciente de los movimientos internacionales de capitales, que han proporcionado un peso importante a los dirigentes de su gestión (compañías de seguros, fondos de pensiones, etc.). Su capacidad para desplazar rápidamente importantes sumas de dinero e imponer sus criterios de evaluación a las empresas y políticas económicas a los Estados les confiere una influencia considerable. En efecto, entre 1988 y 1998, el volumen de los flujos de capitales (inversiones de cartera, financiación a corto plazo, etc.) se ha más que doblado en el PIB mundial, pasando del 7 al 15%. Aunque en teoría la movilidad internacional de los capitales debiera haber permitido una asignación óptima de los mismos, han sido los países ricos los que más se han beneficiado al concentrar la gran mayoría de los capitales (86% de los flujos de capitales intercambiados en el mundo, en 1998). Lo mismo ha sucedido con las grandes empresas al haber encontrado un medio adecuado para financiar sus inversiones internacionales, que contrasta con las pequeñas empresas que no se han podido beneficiar por su escaso peso económico.
Con la libre circulación de capitales se ha abierto la puerta a comportamientos especulativos, y su desarrollo cada vez menos controlable representa un peligro para la estabilidad de la economía mundial. Las crisis financieras a finales del pasado año, en Argentina y más recientemente en Turquía, son buenos ejemplos para ilustrar las consecuencias nefastas de una apertura rápida para los países emergentes.
Las transformaciones tecnológicas han acompañado el proceso de globalización. La caída de los costes de transportes y comunicaciones reducen las distancias, facilitan los intercambios internacionales, la coordinación de las empresas en el extranjero y permite unificar los mercados financieros. Ejemplo: el flete marítimo de una tonelada tenía un coste en 1920 de 95 dólares, frente a 29 dólares a precios constantes de 1990 (tres veces menos), y una llamada telefónica de tres minutos entre Londres y Nueva York ascendía a 245 dólares en 1920, para disminuir a 3 dólares a precios constantes de 1990 (ochenta veces menos).
Sin embargo, la globalización no es exclusivamente económica, sino también cultural. La propagación a escala planetaria de la cultura Davos (escenario del Foro económico mundial), de valores, estilos de vida, y modos de consumo, de procedencia occidental, es la forma más visible y la más llamativa de la homegenización cultural. Constituye un conjunto de productos culturales estandarizados vía sector audiovisual y del entretenimiento. El triunfo mundial del cine americano (sólo con Titanic han recaudado más de 600 millones de dólares) y de la pop music son sus símbolos. Las industrias culturales con el apoyo de las nuevas tecnologías se han desarrollado, creando así una cultura de masas, propia de ningún pueblo, pero común a todos.
En este contexto, hay que resaltar las opiniones de S. George, presidenta del Observatorio de la Mundialización: 'Si se deja que el sistema se embale, cada vez excluirá más, destruirá más y creará más desequilibrios. Nuestro sistema actual es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir millones de perdedores con los que nadie tiene la más mínima idea de que hacer'. Por ello, la emergencia de nuevas formas de contestación a la globalización, como la contracumbre de Porto Alegre (Foro Social Mundial) que intentan proponer alternativas para que los valores sociales y medioambientales prevalezcan sobre los de la economía de mercado, y no ser víctimas de una globalización incontrolada.
Así, es defendida y glorificada, únicamente, por aquellos que les permite extender sus propios intereses por la apertura creciente de los mercados, mientras dicha apertura contribuye a aumentar el ámbito de competencia entre las personas. En este sentido, la libre circulación de las mercancías constituye un sustituto a la libre circulación de las personas trabajadoras.
Vicente Castelló es profesor de la Universitat Jaume I.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de abril de 2001