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sábado, 23 de abril de 2016

Monopolio: ¿bueno o malo?

Monopolio: ¿bueno o malo?

Aunque la dicotomía presente, que plantea un juicio de valor, no me parece válida por ser subjetiva y relativa...
... (y no creo que, en general, sirva para otra cosa que para polarizar opiniones), en este caso permite ser tomada como punto de partida para cuestionar la creencia popular de que monopolio es sinónimo de estafa o de cosa indeseable. ¿Cuántas veces hemos escuchado la apelación a esta idea en discusiones de toda índole? Nos llenaron la cabeza con que el monopolio es necesariamente algo “malo”. Si bien este tipo de estructura de mercado suele ser juzgada razonablemente sobre bases morales, como es el caso, por ejemplo, del actual debate del monopolio de la información, no es la intención en este artículo debatir acerca de cuestiones de esta índole sino la de restringirse a un análisis de los monopolios en los mercados capitalistas modernos desde un punto de vista economicista. Mi intención no es otra que la de mostrar que el monopolio no tiene por qué ser necesariamente algo indeseable, o al menos demostrar que existen aspectos que no siempre son tenidos en cuenta cuando se toma al adjetivo “monopólico” circunscripto a una acepción netamente peyorativa. 

Monopolios los hay por doquier. Los mercados de teléfonos, de energía eléctrica, de gas, entre muchos otros. La existencia de estos, bajo cualquier contexto, hace referencia a una situación en la cual encontramos un único oferente de un bien o servicio. Este hecho les otorga una característica fundamental, que es la de tener poder de mercado o poder monopólico, es decir, la capacidad de fijar precios (de modo tal que les permitan obtener los mayores beneficios posibles, dadas las condiciones del mercado). Esta es la principal razón por la que se considera al monopolio como algo fundamentalmente pernicioso, ya que, ante ausencia de regulación, terminan eligiendo un precio más alto al que prevalecería si hubiese más oferentes en el mercado. Las causas de la existencia de tal estructura pueden variar. En principio, pueden ser básicamente dos: debido a un privilegio legal, en el que el Estado le asegura a un productor mediante medios legales el beneficio de ser el único oferente, o debido a fallas de mercado como particularidades de la tecnología imperante en el mercado, que caracteriza a los monopolios naturales.

En el caso del monopolio legal, Joseph Schumpeter, en su libro Capitalismo, Socialismo y Democracia, da justificaciones de por qué es necesaria la existencia de éstos para la supervivencia del capitalismo, atribuyéndoles un rol favorable en el agregado de la economía a largo plazo. Schumpeter asume que el capitalismo es un sistema en el cual la propia dinámica de la estructura socioeconómica induce a los agentes económicos a desarrollar actividades en las que los objetivos primordiales se convierten en una búsqueda para ganar mercado e incrementar la rentabilidad, todo a través de la introducción de innovaciones. Pero a la hora de introducir innovaciones, no sólo se debe enfrentar una situación en donde predomina la incertidumbre sino que también se incurre en un gran costo de investigación de mercado, al cual no deberían incurrir otros potenciales competidores si quisieran entrar, luego, al mismo mercado. Desde el punto de vista estático está claro que si nos paramos en una economía invadida de monopolios, estamos frente a una situación perjudicial para los consumidores. Pero la pregunta que se hace el autor citado es si acaso ciertos productos patentados hubieran existido de todas formas sin la promesa del monopolio por parte del Estado hacia un determinado productor “innovador”. Mediante el otorgamiento de licencias, el Estado permite asegurarle al productor que los costos en los que debe incurrir para generar innovaciones, de alguna manera, se vean solventados al tener asegurado, en el futuro próximo, ser el único oferente de ese producto. En mercados con altos niveles de incertidumbre, es más difícil encontrar competidores que, sabiendo esto, deseen invertir en búsqueda de innovaciones, ya que el riesgo del surgimiento de nuevos competidores y, por ende, de perder un segmento del mercado, es elevado. En estos casos, como es el ejemplo de las vacunas, el otorgamiento de licencias por parte del Estado estimula al productor a invertir en un nuevo bien o servicio, el cual, ante la ausencia de una promesa de monopolio, quizás no hubiese existido. 

La cuestión es que quizás si hubiera competencia perfecta estricta, probablemente, visto de manera estática, los precios serían menores que en un caso de monopolio legal. Pero a largo plazo nadie innovaría, y habría que evaluar si los costos de transacción no se incrementarían, al no haber tal cosa como la innovación. Podemos hablar entonces de la existencia de “eficiencia dinámica” a largo plazo en los casos de monopolios legales.

Pero existen también, como mencioné, monopolios naturales que son mercados con un único oferente cuyo origen está dado por la existencia de subaditividad de costos, es decir, cuando es menos costoso que una empresa produzca todo en lugar de que esa misma cantidad de bienes o servicios sea producida por más de una empresa. 

La solución a la existencia de un único oferente que fija precios y disminuye el “bienestar social”, ¿debe ser entonces introducir competencia? No necesariamente. La solución al “problema del monopolio” no es destruirlo, sino, como efectivamente sucede en muchas ocasiones, regularlo. Si existe un órgano regulador que le quite el poder monopólico de fijar precios a piacere, de tal forma que los consumidores no nos veamos perjudicados, entonces, ¿no es preferible para nosotros, los consumidores, enfrentar en un mercado un único oferente que produce a menor costo y que, al estar regulado, nos vende a un precio por unidad menor que si se destruyese dicho monopolio, por ejemplo, al introducir competencia y elevar así los costos de producción? Efectivamente, si hay algún agente que por cualquier motivo produce un bien a un costo menor, es más eficiente darle el monopolio de la producción a ese agente y que se le obligue a ofrecer ese bien al precio que se ofrecería si hubiese competencia perfecta o a un precio tal que le permita no tener pérdidas.

En un caso o en el otro, dadas ciertas circunstancias, encuentro al menos un argumento para mostrar que la existencia de un monopolio no es necesariamente una situación indeseable: y es la eficiencia. En el caso de un monopolio legal, se trata de una eficiencia dinámica, y en el caso de los monopolios naturales, se trata de una producción a menor costo. Está, quizás, muy “de moda” condenar éticamente al monopolio, y razones tampoco faltan, pero como dije en un comienzo, mi intención no es la de formar un juicio de valor sino la de mostrar algunos aspectos que normalmente el sentido común suele perder de vista.


Referencia: Schumpeter, Joseph Alois. Capitalismo, socialismo y democracia. Barcelona : Folio, 1984

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